Era la última junta de Consejo Técnico del año. 30 maestras reunidas. Un director. Y fui la única que se atrevió a hablar.
Sabía que si no hablaba en esta junta, ya no habría oportunidad. El ciclo escolar prácticamente había llegado a su fin y el reciente festejo del Día del Padre me había dejado una muy desagradable experiencia.
Podemos coincidir con que la actividad docente esté muy devaluada. En las últimas décadas, esta profesión ha perdido mucho de lo que en antaño fue: los docentes eran personajes sumamente respetados por la sociedad, pues eran los emisores del conocimiento. Nadie más había que supiera tantas cosas. Pero las mismas exigencias de modernización y de no saber como aterrizarla en la práctica educativa, ha hecho de los docentes los sobrevivientes del Siglo XX. Y ciertamente nos hemos visto en todo tipo de actividad con tal de conservar nuestro trabajo y tratar, según nosotros, ajustarnos a las nuevas "demandas" de las habilidades que debe de poseer un docente.
Algunas de estas nuevas habilidades no requieren demasiado esfuerzo, pues es parte de la actividad educativa, tales como: cantar, actuar, usar disfraces, montar espectáculos, bailar, y muchas otras parecidas. Pero lo que me pasó en este colegio, sobrepasó todo lo que yo no esperaba.
Para festejar el Día del Padre, los directivos decidieron hacer comida. Y todos los maestros fungiríamos de meseros y meseras nuevamente (acababa de ser Día de la Madres el mes pasado y también habíamos servido mesas, con la Directora de Preescolar acarrereándonos cual capataz) y aparte de la comida también les organizamos juegos. Así que corrimos, brincamos, nos arrastramos y nos mojamos junto con papás y niños. Al final del evento, los señores ya cansados, uno de ellos se aproximó a mi y muy sonriente me preguntó:
- Oiga miss, ¿Porqué no mejor para la próxima hacen una alberca de lodo y ponen a las maestras con camisetas mojadas a que hagan luchitas en la alberca?
El señor hizo la pregunta con toda la naturalidad de alguien que aborda este tipo de temas de forma cotidiana.
- Ah mire, nosotras somos profesionales de la Educación, no de ese tipo de espectáculos, así que no creo que en una escuela le monten algo así.
- Ah bueno, si no pueden ustedes entonces que traigan a muchachas así ¿no? - respondió haciendo con sus manos la silueta de un cuerpo femenino.
- Señor, esta es una escuela, no un centro de diversiones para adultos.
Se lo dije de la forma más seria que pude. Y por fin pareció entender, y se alejó.
- ¿Qué les pareció el evento del Día del Padre maestras? - preguntó el director en el CTE. Él se veía muy feliz, pues los papás se habían ido muy contentos. Todas terminamos super "molidas", pero nadie estaba dispuesto a expresar su descontento.
- ¡Bien, muy bonito! - parece que exclamaron al unísono. Algunas me miraron, porque lo que había pasado en el evento lo comenté a mis compañeras más cercanas y les dije que iba a hablar en la junta del CTE:
- Yo si tengo una observación - dije levantando la mano. Y relaté lo sucedido al director.
- ¡Maestra!, tome el comentario de quién viene - minimizó el director
- Es que no profe - lo interrumpí - puedo tomar esos comentarios de la gente cuando voy en la calle, que ni se quien sean. Pero aquí estoy en mi centro de trabajo, donde soy una MAESTRA, una educadora, no una mujer de la calle. ¿Porqué he de minimizar las expresiones de los papás? Es un insulto a mi profesión y a mi trabajo. ¿Y sabe porqué pasa esto? Porque este tipo de actividades han hecho que la excelencia de nuestro trabajo se mida en lo bien que sirvamos mesas y en lo bien que entretengamos a los padres de familia. Yo estudié para maestra, no para mesera o para lo que este papá pretendía.
Silencio en la sala que pareció durar siglos... hasta que alguien más habló:
- Estoy de acuerdo con la Teacher - dijo una
- Yo también, la verdad los papás nos trataron muy feo - dijo otra
No se cuantas perdimos el trabajo ese día, pero al menos la dignidad y amor propio, no.
Jamás volví a servir mesas, ni ha recibir comentarios sexistas de ningún padre de familia.
Yo estudié para maestra. No para eso.
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