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Foto del escritorTrisya Meza

La Disciplina en el aula: 100% trabajo del docente.

Ciertamente los alumnos deben adquirir su educación y respeto por los docentes desde casa, inculcados por padres de familia comprometidos y dedicados. ¿Pero, a quién le toca establecer el orden en el aula? ¿Qué vengan las mamás a ayudarnos? ¿O pondremos orden en nuestras aulas nosotros mismos?


Esta semana tuve un pequeño debate muy interesante respecto a la imagen que ilustra este blog. Venía acompañada de la siguiente frase: "Es deber de los padres enseñar a sus hijos el debido respeto a los maestros". Y estoy de acuerdo, por supuesto que los padres deben enseñar a sus hijos a respetar a sus maestros. Pero mi punto de vista sobre la foto es de que más bien retrata a una maestra con cero control de grupo y que no se ha ganado a sus alumnos. El control y disciplina de grupo es 100% trabajo del maestro, en esto los padres no pueden intervenir, por mucho que les digan a sus hijos que respeten a su maestro.


Durante muchos años, la forma en la que se acostumbraba establecer la disciplina en el aula era mediante el castigo físico: los docentes tenían la facultad de "motivar" a la buena conducta por medio de una gran variedad de técnicas: golpearles en el trasero con lo que fuera (la regla de metro de madera, el borrador, el cinturón, etc) jalarles las orejas, las patillas, darles manotazos en la cabeza, picotearles la cabeza con el bolígrafo; había docentes tan creativos en sus técnicas, como la de hacerles poner sus dedos de la mano juntos en punta y darles con el borrador. (Y por increíble que parezca, hay muchos docentes que desean que este tipo de "estrategias" sean permitidas nuevamente en las escuelas).


Afortunadamente, y por medio de mucha presión social, debido a los terribles abusos y daños que causaban estas técnicas, se erradicaron de las escuelas, dando paso a una educación escolar semicivilizada, en donde, aunque ya no era el castigo físico lo que hacía que un alumno expurgara sus pecados, seguía siendo el castigo la forma de controlar la disciplina: se crearon reglamentos, llenos de sanciones ante las conductas disruptivas: incarlos en un esquina cargando libros, ponerles orejas de burro al que no supiera la lección, mandar a la dirección al rebelde, mandar llamar a los padres, suspender de clases por varios días, o de plano, expulsar al alumno problema. ¡Ah! Y añadiéndole a esto que el alumno, para ser aceptado de preescolar a primaria y de primaria a secundaria y de secundaria a preparatoria, debía recibir sus cartas de buena conducta al final de ciclo escolar, y si la escuela decidía no dársela, el alumno no podría acceder al siguiente nivel de educación. Todo un sistema 100% punitivo, en donde nunca se establecieron técnicas efectivas para la modificación de conducta.


Ha sido en los albores del siglo XXI, que nos damos cuenta que los castigos, ya sean físicos o por palabra, han sido medidas que han fracasado monumentalmente. Y una gran cantidad de docentes se han visto despojados de este sistema que en apariencia les permitía tener control del aula, aunque en la realidad sólo era tener alumnos callados y sentados, que se ajustaban más por miedo y que detestaron cada segundo de tener que convivir con esos maestros que les causaban terror y no les inspiraban respeto.


Hace muchos años de esto, pero es un recuerdo que tengo en mi memoria y lo puedo ver tan claramente como si estuviera pasando frente a mi en este momento: estaba en 2º grado de primaria, la maestra Marta, jamás olvidaré su nombre, acostumbraba gritar de tal forma que su estruendosa voz retumbaba en los muros de concreto del salón. Había un niño, Diego, quién vivía aterrorizado de la maestra Marta... porque cada vez que gritaba, el terror del niño se manifestaba haciéndolo orinarse en su pantalones. El pequeño simplemente perdía el control de sus esfínteres. Desgraciadamente la maestra enfurecía ante esto. Recuerdo a la maestra, estar sentada al escritorio, como siempre, y gritarle que pasara al frente. Diego se levantó, con miedo, al pizarrón. Se supone que la maestra iba a explicarle algo, pero de la pura voz, Diego se orinó ahí mismo. Lo que siguió lo tengo bloqueado de mi mente, no lo puedo recordar.


Recuerdo también el caso de Heriberto, cuando estábamos en 5º grado. Era el niño nuevo en la escuela. Heriberto era sumamente hiperactivo. No se estaba quieto, no se callaba, si algo no le gustaba, lo decía. Agredía mucho, cuando no se le hacía caso se molestaba, era un niño muy tosco, no medía sus movimientos, en fin, el cuadro de un niño con TDAH. Todo mundo se quejaba de él, la maestra no lo soportaba, a cada rato estaba su mamá en la escuela, porque la mandaban llamar. Heriberto estaba siempre metido en problemas. Un día, dejó de ir, ya no lo vimos. Una tragedia había pasado, la maestra estaba llorando y nos reunió para decirnos que Heriberto había fallecido. No nos dieron los detalles, pero la noticia llegó a los periódicos. Heriberto se había suicidado. Dejó una nota escrita diciendo que nadie lo quería.


 


Yo me sorprendo que, a pesar de que las técnicas psicológicas de modificación de conducta han estado a la mano de los profesionales de la educación desde hace muchos años, nunca se les hayan proporcionado como una materia necesaria en los años de formación en la Normal o Universidad. Más bien, durante en siglo XX y todavía a la fecha, sigue existiendo un rechazo generalizado por el trabajo profesional psicológico, cuando esta disciplina tiene tantas aportaciones que ofrecer a la docencia en el tema del trato de la conducta con los alumnos y padres de familia.


Con esto no estoy diciendo que los docentes son culpables, porque no es así. No podemos ser culpables de algo que no se nos ha dado a conocer ni hemos sido entrenados. Sino que estos comentarios y experiencias nos están arrojando señales de alerta de que algo tiene que ser corregido. Y déjenme decirles que esto pasa en todas las profesiones. Pregúntenle a los médicos, cuantas cosas han tenido que corregir en su práctica profesional, correcciones nacidas de la introspección del quehacer médico.


Estoy plenamente convencida que si a los docentes se les enseñaran los principios psicológicos que rigen la conducta humana, no tuvieran tantos problemas en el trato con sus alumnos.

¿Será que las exigencias de este siglo nos están rebasando? ¿Qué opciones tenemos? ¿Seguir clamando y esperando por la ayuda de los padres de familia? ¿O pondremos solución nosotros mismos en nuestra aula?



No dejes de revisar el Proyecto #ComoGanarteATusAlumnos en nuestra página de Facebook, estoy segura que los planteamientos de control y disciplina de grupo te serán de mucha ayuda.

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